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viernes, 29 de octubre de 2010

tanto todo, tonta nada

La vida es este momento,
el que estamos pisoteando,
por pretender seguir la huella.

Es como encontrar al fruto maduro, y elegir,
elegir ver como se pudre,
ó
elegir enterrarlo a la espera del naranjo.

Elegir dejar de identificarnos, es;
poder elegir dejar de vernos pudrir.
Porque después de eso no hay nada.
Y después, es también ahora, igual que antes.
Entonces, después, no hay nada.
Y así será como que nunca lo hubo.
Siempre va a ser lo mismo,
por resistencia a la muerte.
Porque pudrirse, es lento,
pero por alguna estúpida razón,
desespera menos que crecer.

Me acuerdo de esa historia, sobre el ser que desespera por ser. Se desborda de espera, y cae en el desencanto, y por desesperado se desesperanza. Porque no ve en su desesperación por ser, lo ineludible de estar siendo.

Elegir es entender la decisión,
para no tener que elegir.
Decidir es poder ser yo, sin ser nada.
Sin ser yo, que es ser nada.

Que es por apego a la nada misma el apego a la nada misma.
Que es el apego a la ausencia del tacto, la ausencia del tacto.
Es por apego a la ausencia del tacto, el apego a lo que se elige no tocar.
Es por apego a lo que se elige no tocar, el apego a esa persona;
Que elige no tocar, apegada a su apego por no tocar.

Los que no tocan y los que quieren tocar.
Estamos encerrados, en el mismo apego.
En la imposibilidad de entender,
que la posibilidad de que la comunicación deje de morir,
o que la comunicación deje de pudrirse,
o que la comunicación haya de nacer,
que haya de estar siendo,
no será,
sin intentar diferente.

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