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viernes, 28 de enero de 2011
devenir
Viajar por la selva me encamino a reencontrarme. La inmensidad de las estrellas y la claridad de los árboles, en la espesa bruma de la mañana silencian cada fantasía suicida. Ser se vuelve tan evidente que se disuelven todas las valoraciones que fueron convertidas en proyecto a través de la autodestrucción y la negación de un presente. El momento de la confesión se revela en su estado puro de confidencia absurda, estaqueada por una culpa sin sentido. Lo que se cree conocer del amor se revela sólido en el sosiego de una incondicionalidad verdadera, en la que todo sublima. La palabra paz pierde sentido. Al amor ya nada lo define ni lo condiciona ninguna idea de lo que debería ser. La posesión de los cuerpos se diluye en la pérdida del centro neurálgico, que todo comandaba desde una historia la cual todo lo que sabe es acerca de la perpetuación. Los diálogos internos se silencian. El abismo desaparece, la acción se libera de ser una lucha estimada por la especulación ociosa. Las tensiones aflojan y la doble negación deja de ser una palabra. Me comentan que esa selva, que aparece tan incontable que destruye sin esfuerzo el misticismo y se arroja más allá de toda ánima, que yo creía inhóspita a la violencia que engendra el dolor del hombre, se encuentra actualmente explorada por completo. Sondeada hasta su canto por estudios de empresas mineras y petroleras, loteada en un futuro que promete no encontrarla incluida. Pero resulta tan vasta esa experiencia -que pareciera ser mi primer contacto verdadero con el amor- que la noticia me hace sentir comprometido sin sufrimiento. Me lleno y me vacío de forma constante, grito en la cara del mundo sin que nada me quede adentro. Vomito, vacío los intestinos y escupo vómito por la nariz. Todo es apertura hacia el retorno.
Y vuelvo.
Lo dejo ir, es que es intangible. Pero en cuanto me retiro de la inmensidad que es ese salto al vacío, se hace evidente la insatisfacción por un autonomía maniatada, que apenas es contenida por compromisos afectuosos que dudan de ser más que el producto de la culpa y del abandono. Sin embargo, ese agujero que se supo abrir susurra con la promesa de no volver a cerrar. Y con cada susurro, la insatisfacción, y todas las voces que son matices de la angustia, se pierden como un ruido mas de ésta selva de asfalto y de la depredación humana.
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