Soy el iconoclasta de mi vida, ya no tengo excusas para tanto miedo a lo sagrado. Me gustaría seguir fantaseando con que la empatía; que puedo leer la cara de la gente en la calle, los gestos, las alegrías y las frustraciones. Que todas las lecturas son la comunicación en última instancia -eso, eso que tanto necesitamos-, que no hay razón para el desasosiego. Pero es dolor cada gesto de indiferencia, cada egoísmo sufriente y es una soledad inmensa ser un mudo con oído interno.
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