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sábado, 6 de noviembre de 2010

Sobre el yin, el yang y el perpetuo movimiento.

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Que me mueva el impulso de un juego de hormonas contenidas en un cuerpo de carne, sobre de una bola de piedra que cuelga alrededor de una bola de fuego, que se sostiene de la nada misma, es la nada misma.

Pero el movimiento que genera en la nada esa bola de fuego, que es atraída por el espiral de una bola de piedra, que está siendo transformada por un cuerpo de carne, que es impulsado por el juego de hormonas que carga en su interior; ¡Eso!, de eso se puede decir que no es poca cosa.

¿Pero dónde es que en este vaivén se inscribe la necesidad de ser algo más grande, distinto o distante? ¿Cuál es el por qué de tanta ausencia? ¿Cómo es que nos aleja tanto el temor a la distancia?

Y lo que ahora me preocupa, es saber cuál va a ser la revolución que veamos, si hasta el amor nos separa.

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