Durante años me encontré en la misma isla, escribiendo sobre la misma arena, a diferentes personas, con diferentes botellas. Si pienso en lo que hacía, sospecho que quería escribir un cuento, en el que siempre haya algo por lo cual ser despreciado. Ser despreciado para verme colmado, para perderle el miedo al desprecio de un solo arranque. Para poder despertarme aunque sea en un sueño; siendo incondicional, andando por el mundo haciendo de mi vida una práctica verdadera del amor. Rompiendo con la lógica del ego, de la dependencia y del sufrimiento. Pero siempre confundido y aterrado por esa vocecita que tanto me rompe las pelotas diciéndome que, capaz, solamente le siga buscando un nuevo sentido a mi soledad; una y otra vez. Esa vocecita que nunca me dejó colmarme. Ésa, que es la misma que todas las veces me convenció de buscar la cura para el miedo en un frasco de rechazo.
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