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domingo, 28 de agosto de 2011

pasajero (o el mito de prometeo)

Juntó en brasa, hollín, fuego y ceniza la leña con la que jugaba sin atino de distraído. Habría de empezar repiqueteando o restregando las cortezas, quizás el calor le causaba encanto. No podía buscar más que eso, porque no mucho más que eso conocía en esa acción. Si, el calor era palabra y venía del cielo, el frío se sobrellevaba, pero esta vez en la comodidad Prometeo se producía. Era uno en su acción y su mundo, con sus brazos, y uno también en los brazos del bienestar. ¡Qué acción! Tan hermosa, tan simple e impiadosa. ¿Qué podía saber tan curioso hombre en su construcción en tal destrozo? Y algo hubo de inventar ese ser que de los dedos le crecen uñas, pelos de la cabeza y palabras de la mente. Al tiempo que los brazos construían fuego, con leños y energía, las palabras se construían con ventura, risa y estropicio. Tamaña contradicción para un hombre tan pequeño. Y si suerte tenía de ser uno solamente, en-si-mismo; tal vez la ocasión más que en el mito no le tuvo reparo. ¿A quién más que a sus dioses podría haberse encomendado esta confusión con suerte de regalo? Evidente se hizo que si mito había, de amor ya nada quedaba y de eso hay que darse por enterado. Reflexionando angustiado se habría levantado; lo que a los dioses se ha desposeído ya no hay forma de devolverlo, se dijo interprete del mundo que por mente había estructurado. Ya del fuego no quedaba la alegría; más si bien había calor, de hilaridad se lo estaba pintando. Los colores ya todos deben conocerlos, aunque algunos no lo sepan. Más bien se parece al suelo que pretendemos estar pisando, sin sentir ni uñas, ni dedos. Esa base invisible sobre la que decidimos inventar el tiempo. O bien, la silla sobre la que damos por sentadas todas las contradicciones con las que nos elegimos sentirnos exhortados. Es bien conocido mecanismo para mecanizarnos, aunque haya quienes pretendan naturalizarlo, bien todos sabemos vivir con un apetito de principios con identidades; de seguro nuestros deseos no pueden trascender lo que somos. Tal vez si supieramos tener manos como única abundancia o pretender explorar, de la forma que sea, el principio del placer sin saber que tiene nombre, para no confundirlo. Es para mi un bochorno tener que aclararme que explorarlo es sentirlo, pero tan empuñado me tiene el mito que buen ejercicio es decir sin juzgar el rubor. Sentirse penetrado por el mundo y saber que se sigue acción, tal vez sea verdad en todo sentido. Porque la verdad aunque esquiva concurre en cada instante y a cada paso, no importa que el paso sea volante, más no por eso me pretendo entresacandome en la desición de ser menos, ni cargando con proyecciones a un futuro.

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