.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Congelados por tanta medida (o la ley de la esquizoselva)




El lobo muestra los dientes, el cordero dice gracias compasivo; y le pregunta '¿cómo es que pensás que este suspirar, tan mío, no vale nada?'. No se lo come, ni se muere, el tiempo se detiene, se convierte en una resonancia mórfica. Un chapusón de ondas que inundan y que construye mundos. Así se originan, en la pradera, que se hace un monte, donde hacen crecer el bosque y por último la selva; que crecen al rededor de, y por, un par lobo-cordero y un cordero-lobo; detenidos en el tiempo. Se levantan especies pioneras, pastos rastreros, ratones, arbustos, zorros rojos, arboles medianos, ciervos, gigantes añejos y cuervos, llenos de pájaros; en un orden perfectamente orquestado. La ley de la selva es el vórtice fractal generado por un lobo y un cordero que están detenidos en el tiempo porque ninguno de los dos piensa en ceder. El cordero es muy malo como para sufrir y el lobo es muy bueno como para morder. Adentro del cordero hay un lobo, que es un cordero dentro de un lobo, que es un cordero dentro de un lobo; que interactua con un lobo dentro del que habita un cordero, que adentro tiene un lobo, dentro del cual hay un cordero, con un lobo adentro, que tiene un cordero dentro, o quizás el lobo ya fue comido por el cordero o es el cordero el alimento que el lobo regurgita, es que el lobo en cuanto se dió cuenta que al cordero le generaba placer ser comido, prefirió comerse su placer, y el cordero, tan lobo, eligió que sea sin sufrimiento ofrecerse al diente.

Se midieron, la selva creció inmensurable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario