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miércoles, 21 de diciembre de 2011

el no de la dialéctica




Dejé de arar la tierra, porque observarla era más placentero que ararla. Entonces pude dejar de usar herbicidas, porque sin revolver la tierra las semillas de la maleza no vuelven a abrirse. Entonces no necesité más pesticidas, porque donde crecen plantas sanas las plagas no aparecen. Así fue que no volví a tirar fertilizante, porque mi campo se empezó a poblar de microorganismos y la tierra se mantuvo equilibrada.

Dejé mi puesto de trabajo, porque necesitaba relacionarme con las personas y no con la explotación. Dejé mi carrera, porque ya no necesitaba un papél que me consiga un puesto de trabajo. Entonces dejé de fumar, de tomar y comer venenos, porque ya no tenía que evadirme del malestar de trabajar y estudiar para un otro que nunca conocí. Así fue que dejé de preocuparme porque empecé a sentir con mi cuerpo y me poblé con más que palabras sobre la vida.

El mercado sigue intacto, la necesidad histórica está invisibilizada. Dejar de fertilizar porque alguna vez se empezó a arar para sacar un par de yuyos, que rociamos con herbicidas, que nos hicieron necesitar pesticidas, que nos hicieron rociar nitrógeno y fósforo, que ahora se acumula en nuestros ríos y se llenan de algas, que llegan al mar y se vuelve marea roja, que nos hacen ir a pescar más lejos, en aguas más profundas, que nos consumen toda la energía, que reponemos con cultivos transgénicos, que nos destruyen el cuerpo, nos genera dolor y lo evadimos en el consumo de la misma producción que lo generó; esa es la propuesta y voluntad del mercado. Es la propuesta que aceptamos a diario, sin importar nuestros reclamos. El mercado es una peste que se hace fuerte dónde la salud de las personas es débil.

Entonces dejamos, dejamos el estatus en la educación, para eso había que dejar el orgullo, porque donde hay un yo fuerte el amor no crece. El amor nos volvió revolucionarios porque nos relacionamos sin un interés oculto y nos sentimos sinceros. Y en tanta verdad nos sentimos en paz, y la paz nos llenó de energía. Y con toda esa energía aprendí a dejar. Porque en el fondo siempre sabemos lo que tenemos que hacer, solamente que todavía no estamos dispuestos a pagar el precio. Dejar el cine, dejar el churrasco, dejar el trabajo, dejar la 'seguridad' económica, dejar los sueños familiares, dejar la imagen que nuestras amistades tienen de nosotros o dejar el amor de mi madre, siempre hay un dejar que no dejamos y es dónde mueren todas las revoluciones.

Este camino empezó con una declaración de soledad, pero nunca lo fue.

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